jueves, 12 de diciembre de 2013


Cuento de Jenny dela Fuente
En verdad no tengo por qué lamentarme, soy un caracol. No puedo hablar pero tengo buena memoria. A través de los sonidos transmito cuentos, cantares, alguna que otra cosa y las ondas sonoras van llevando mi mensaje a lo ancho del mar.  Quizás el mío te puede haber llegado muy tarde. Recordártelo no me irrita ya que tengo toda la eternidad, muchas palabras y ningún resentimiento.
¿Por dónde empezaría? ¿Por una historia de romance? No........hay demasiadas. Tengo amigos allá afuera que conocen mucho, pero no más que yo. Recuerdo cuando aquella joven, bien bella por cierto, se sumergió hasta el mismo fondo, golpeada casi muerta, sus vestidos desgarrados, sus ojos horrorizados. Ella no sabía cómo huir. Su familia era de un país muy pobre, acostumbrado al hambre sin ningún remedio. Sus padres, sin esperanzas, encontraron un alivio cuando desapareció un día para nunca volver. Una boca menos que llenar. “Alguien menos a quién vestir”, me contó ella.
Vestidita con lo mejor que tenía en su alforja decidió salir para buscar qué hacer, limpiando, cocinando de lo que fuese. Con trece años no se podía pedir mucho, sobre todo si agrego que tampoco sabía leer ni mucho menos escribir. Sin embargo tenía juventud y deseos de vivir. Ya eso era algo. Sin ella misma darse cuenta enganchó un trabajito  en una bodeguita criolla, donde limpiaba y colocaba las mercancías. Nada más por el momento.
 Alfonsín, el dueño, un viejo zorro, se sentaba con ella después de cerrar una hora, diariamente, para enseñarla a leer y escribir. Dormía en el suelo del pequeño almacén, de tarde después que la familia había comido, le pasaban en una lata grande con una cuchara de palo, las sobras de la cena junto con una botella plástica de agua del grifo.
 Día tras día aprendió a leer tanto como a escribir, pero faltaba algo.......no sabía nada de Matemáticas..¿Que digo? …ni siquiera había visto un número en su corta vida. El viejo Alfonsín rebuscando en las cosas de sus hijos, encontró un librito que mostraba las cuatro reglas básicas. Al final de seis o siete meses, ya la joven estaba dispuesta para otro quehacer más.
Así que, ya era otra cosa. Dormía en el almacén, comía las sobras, limpiaba y colocaba toda la mercancía además de atender  a los clientes en sus compras. Así sucedieron los meses y después …los años , hasta que cumplió su mayoría de edad. Para éste entonces era una joven fuerte, dispuesta y hasta de cierta belleza poco usual, sabia de desprecios, no tenía amistades.
Era desconfiada, como un perrito chico que no sabe defenderse, al que todos quieren ahuyentar pero lo tienen en  casa para cuando crezca más usarlo en otra cosa. Como en todos los cuentos, siempre brilla la ambición, para no ser diferente aquí había, y demasiada.
La bella joven se acostumbró a leer viendo un mundo diferente entre las líneas de los periódicos, revistas y catálogos.  A su sugerencia, Alfonsín el viejo dueño, pintó la bodega, por supuesto con su ayuda. Compró nuevos anaqueles y luces......mandó a pintar un letrero nuevo que se encendía de noche, la bodeguita miserable se transformó en un Market, pequeño, pero reluciente. Se subieron los precios de las mercancías, se  instaló hasta Aire Acondicionado, de segunda mano, por supuesto, pero funcionaba.
El barrio no cesaba de hablar de la  remodelación. La mercancía subía de calidad y  fue entonces cuando Alfonsín decidió añadir un pequeño espacio para Carnicería, contando con otro viejo retirado del mismo oficio.
La joven, a quién llamaremos Carlota, muy distante  no paraba de leer en momentos libres, que eran solo ocho horas cada domingo. Así aprendió, que detrás de cada cara hay una historia diferente, pudo conocer la importancia de la comunicación y  poco a poco fue dejando de ser aquella persona, abusada y conforme con cualquier cosa, como una huérfana más de la soledad.
La clientela se añadía más y más....así que conoció a traficantes de mercancía, los cuales robaban del mismo aeropuerto, hasta la carne, a mucho menos que el costo normal por decir así.  Alfonsín, agregó a su casa un espacio para Carlota, con su baño, puerta de entrada y  también le compró una cama grande. Al fin podía descansar sobre algo después de  cinco largos años. Ya tenía su vaso propio para tomar y comía en un pozuelo de cristal su única comida, pues al amanecer solo tomaba café fuerte.
Dentro de pocos años aquellos traficantes de mercancías celebraron sus ganancias  invitando a Alfonsín y familia,  Carlota y a otros más, a una fiestecita de celebración que fue un éxito. Entre sus amigos estaba Polo, arrogante bien vestido con su piel brillosa y sus brazos fuertes, como los de alguien que empieza de muy abajo, subiendo al lugar donde se manda a los demás y se cuentan los billetes con manos de seda.
 Carlota lo miró. Se hicieron las presentaciones de siempre y  no pasó nada mas, pero Polo quedó iluminado, por la sonrisa franca, sus ojos ávidos de curiosidad, su personalidad diferente. Se le había encendido la chispa de la curiosidad por conocer más a aquella muchacha, que se sentía tan segura de sus actos.
El viejo Alfonsín, como zorro al fin, habló muy en serio con la joven, previniéndole que ese era un hombre de "cuidado”, al que todos respetaban con temor de chocar con sus balas, que al primer chasquido salían a cobrárselas a cualquiera.
 Polo, y sus  ‘amistades", siguieron en contacto con Alfonsín Aquel hombre siempre visitaba el Market, antes de sus tertulias de negocio con el viejo, que sin suceder nada, lo veía y no podía contener el temblequeo de sus manos.
La joven era necesaria en el negocio, pero........un día sin pensarlo, oyó las palabras de Polo, y sin caer en cuenta se vio viviendo en una casa envidiable, que sin costarle nada material, pagó con su cuerpo virginal.  Astuta como la serpiente y blanca como las palomas, se las arregló para que Polo, el narcotraficante, mostrara su confianza en compartir sus contactos, todas sus agendas, proyectos y hasta más sus escondites y sus propiedades conjuntamente con la parafernalia de sus armas.
En cuestión de dos años planeaban casarse. Carlota sugirió el más estricto silencio sobre la boda, ni fiestas, brindis ni chistar sobre ello. Así se hizo, Polo entendió que fue un gesto de humildad de su parte, del cual quedó prendado.
Durante todo este tiempo, ya ella había aprendido lo suficiente, para deshacer cualquier yugo. Canceló las negociaciones con Alfonsín el viejo de la bodega, poniendo en primer plano, otros negocios de envergadura mayor. Así en poco tiempo el viejo perdió el Market, al  no poder sostener los precios de las mercancías a costo regular. Todo lo perdió y el pobre, terminó en casa del hijo mayor, donde su esposa murió en poco tiempo. Cuando la situación empeoró solo le pudo socorrer con comida, sobrante de su casa. El viejo, finalmente saboreó las sobras de la casa de Carlota.
En los negocios de Polo, la joven tenía la última palabra. El día que llegó de Europa el socio y hermano de su marido, al que no conocía, empezaron sus preocupaciones, ya que consolidado en el negocio por más de veinte años, no aprobaba que Carlota supiera hasta lo más mínimo.
"No eran cosas de mujeres”, decía, y mientras su hermano Polo alentaba las cualidades de su esposa, cada día menos encontraba un por qué a su asociación con el tráfico y sus reseñas.
Carlota, tenía a la fuerza que desarrollar un buen plan, y así fue.
En una de sus borracheras, su marido quedó dormido profundamente. Ella esperó a la madrugada  para inyectar un químico en la vena que le produjo un shock hipoglicémico que lo dejo muerto. Todos lo hacían durmiendo hasta que al día siguiente, al rayar el Sol, se dio la voz a los sirvientes y a su hermano.
Carlota recogió lo principal, sus prendas, dinero suficiente para huir por un tiempo después de varios días del entierro. En la ceremonia fúnebre asistió como viuda inconsolable, bajo la mirada fría y calculadora de su cuñado, que no creyó en una lágrima.
Pasaron dos meses, y......al atardecer de un día señalado, decidió huir un tiempo. Luego regresaría a reclamar su parte, estableciéndose en otro país.
 El tiempo y las horas se achicaron. Llego el momento pensado y  partió con su auto, pensando en sus planes. Manejaba en una carretera paralela a la playa. Era un sitio estupendo y su belleza la cautivó tanto que aparco el auto y  bajó  el acantilado para poder contemplar mejor una playa bellísima mientras se sentaba sobre la arena.
   Toda su vida pasó por su mente, sin saber por qué, y sintió miedo. Estaba tan absorta que no vio que unos hombres se le acercaban. Despertó cuando sintió que la sumergían en el agua mucho. A penas podía ver nada, sentía un golpe tras otro y la frialdad del océano que entre respiros en la superficie terminaron por obnubilarle la mente.
Los hombres se fueron luego de cerciorarse  que no tenía vida. Estaba tan morada su piel que ya no había dudas.Le colocaron unas piedras en las bolsas de su vestido  y la dejaron hundirse.
A penas con hilo de vida  sintió que su cuerpo bajaba y bajaba como buscando el fondo del agua entre una visión borrosa azul verdosa. Aún le alcanzo un soplo de vida para aletear  sus brazos. Había aprendido a  nadar. Recordó que  fue lo único que le enseño su padre.
Logró sacarse los lastres y pudo sacar su nariz fuera del agua y al hacerlo suspiró de alegría. Nadie sabía que las cuentas bancarias habían sido trasladadas a otro país...lo bueno venía ahora, pero antes de subir me lo contó todo a mí cuando cayó desfallecida en la arena de la orilla. Estaba sin alieno pero logro contármelo a mí....un caracol de buena memoria.

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